Aquel niño caminaba sereno
por los márgenes de la vida,
como para no salirse del cuaderno
le educaron con miedo,
y con dos o tres hostias bien dadas a tiempo
que decían los maestros,
"venga usted aquí, pollo".
Fue el acto primero.
Hasta que un día casi sin quererlo
saltó la vieja tapia que mancillaba sus sueños,
y se atrevió a descubrir la implacable medida de los horizontes,
y sus difíciles colores.
Y las jarras de cerveza y los amores con sabor a pomelo
-y a paloduz-. Y lo cercano que estaba el mar, a un palmo
de la arena estirando los brazos, y los sueños.
Y decidió que debía volver para contarlo.
Fue el acto segundo.
Pero nada mejoró, como era de esperar.
Y así un día ya no aguantó más
y tuvo que llamarles "Hijosdelagranputa"
no hubo más remedio, se lo gritó llorando
a la cara y a los cuatro vientos,
con casi todos sus respetos, lo expulsaron
de inmediato de aquel pabellón de tristezas,
de aquella caverna,
-no imagináis lo que se alegró- y empezó a leer
cuentos con chatos de vino, despacio y mirando
hacia el cielo de vez en cuando para no olvidar.
Desenlace, fue el acto tercero.
[Si, ya sé, tal vez ya se escribió de todo esto
en otra vida, en otro cuento o en un mito,
o de otra manera.]
por Nacho Bravo.
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